Desde siempre me ha gustado el juego del póker. Tal vez tenga que ver con su aparición en infinitas series y películas en las que los protagonistas lo arriesgaban todo en una decisiva partida de cartas en la que podía estar en juego su propia vida también me han capturado. La emoción de este juego hace que sea perfecto para ubicarlo en este tipo de situaciones extremas que tan bien quedan en las películas. Pero, ¿es tan emocionante el póker en la vida real? Basta con darnos una vuelta por cualquier torneo para encontrar la respuesta: rotundamente sí. Hoy te cuento todo lo que necesitas saber sobre el all-in en póker: qué es, cuándo usarlo y cuándo mejor no.
El póker es un juego de estrategia, por encima de todo. Y eso hace que un buen jugador pueda salir victorioso, incluso cuando sus cartas no son precisamente las mejores. Tener una buena mano ayuda, por supuesto, pero no lo es todo. La serenidad, el saber leer los movimientos y pensamientos de los rivales, el retirarse a tiempo o arriesgar en el momento adecuado…
Una de las armas más poderosas que existen en este juego es el all-in. Se trata de una jugada muy especial, que cualquier jugador puede realizar como apuesta en cualquiera de sus turnos en la partida. Puede servir para subir una apuesta, o como iniciativa del propio jugador, si es el primero en sacar sus fichas. De hecho, el significado literal de all-in es “todo dentro”, aunque suele traducirse por “ir con todo”. Esta jugada se realiza cuando un jugador apuesta todo lo que tiene para ganar la mano. Si pierde, se queda sin nada… pero si gana, el triunfo será épico.
Antes de entrar de lleno en explicar las condiciones que favorecen a la jugada maestra del all-in debo hacer hincapié en un par de conceptos indispensables. El póker es un juego que se basa principalmente en las probabilidades. Hay una serie de cartas que se reparten entre una serie de jugadores, y el resto quedan en el mazo. Como ya sabrás, existen tres turnos para ir levantando las cartas puestas sobre el tapete, que serán las que combinen con el par de cartas de cada jugador, en busca de la mejor mano posible.
Basándonos en esto, el jugador debe ser capaz de calcular rápidamente sus posibilidades con las cartas que tiene y las que ya hay sobre la mesa. A estas probabilidades se les llama odds, un término que proviene del inglés y que no tiene una traducción literal al español. Las odds se representan con dos cifras separadas por dos puntos, y muestran las opciones de probabilidad para que algo no ocurra. Por ejemplo, si tiramos un dado, las odds de que salga el número 1 son de 5:1, es decir, de cinco contra uno. También podemos expresarla de forma positiva, como la opción de que salga ese número en comparativa con las posibilidades de que no salga, quedándonos una representación de 1/6.
Debemos conocer muy bien las odds que tenemos en cada momento de la partida, ya que son nuestras opciones de conseguir una buena mano. En cuanto a las pot odds, hacen referencia a la relación entre las cartas que necesitamos levantar para completar nuestra mano y la apuesta que debemos realizar para seguir jugando. Es uno de los términos más importantes del póker, porque si lo sabemos utilizar estaremos en el control de la situación antes de seguir jugando o retirarnos. Si el pot odds es demasiado grande y hay que pagar demasiado para conseguir una mano que no es tan buena, es mejor quedarse atrás.
Dominar estos términos, no ya entendiéndolos, sino consiguiendo llevarlos a la partida de manera efectiva, requiere de mucha práctica y concentración. En el póker, como en la vida, todo se basa en las decisiones que tomemos. Podemos dejarnos llevar y pensar que nuestra intuición nos va a guiar sabiamente… pero lo cierto es que tener una buena estrategia, estudiada previamente, nos ayudará a ganar mucho más a medio y largo plazo. Por eso es tan importante manejar los odds, para cualquier mano que tengamos, y especialmente los pot odds si nos estamos planteando hacer un all-in.
Al ser tan decisiva, debemos medir muy bien cuándo hacer esta jugada. De hecho, no se puede convertir en un recurso habitual, porque esto bajaría nuestro valor como jugadores. En primer lugar, es bueno hacer all-in cuando te queden pocas fichas. La apuesta no será demasiado alta, pero el beneficio sí puede serlo, así que vale la pena tomar el riesgo.
En segundo lugar, podemos utilizar el all-in cuando ya hayamos comprometido muchas fichas en apuestas anteriores de la misma mano. Esta situación se conoce como commited, y suele darse cuando hemos puesto más de 70% de todo lo que tenemos en apuestas previas. Hacer un all-in puede valer la pena para “morir” con lo que hemos apostado, aunque en otras ocasiones es mejor no jugársela tanto. Es el momento perfecto para utilizar las estrategias basadas en pot odds y ver si de verdad nos vale la pena.
Como puedes comprobar, en ambas situaciones la ganancia que obtendríamos si conseguimos el bote es mayor que la pérdida en caso de no hacernos con la mano. Es por eso que el all-in puede servirnos, también, como arma disuasoria para aquellos que todavía tengan dudas a la hora de apostar. Si eres bueno haciendo faroles y sabes aguantar la tensión del momento, tus opciones crecen muchísimo con las jugadas de all-in. Aunque como ya he señalado, hay que utilizarlas con mucha responsabilidad.
Hacer all-in no siempre es una buena idea. Incluso cuando tienes una buena mano y piensas que tus pot odds son muy altas. Claro que te la puedes jugar y arriesgarte, pero debes ser frío y calculador. Recuerda que un buen jugador siempre se ciñe a la estrategia, al menos como base para todas las jugadas y movimientos que realiza.
Por ejemplo, jamás realizar un all-in nada más recibir las cartas, en el flop. Por muy buenas que sean, no nos podemos dejar llevar ya desde el primer momento. Es mucho más inteligente mostrarnos débiles, incluso desinteresados, sin exagerar demasiado. El all-in es una declaración de intenciones demasiado grande como para lanzarla sin pensar. Guárdate esta jugada para el turn, o incluso para el river, cuando la quinta carta comunitaria se descubra.
Hay que tener en cuenta también el número de jugadores enganchados en la mano. Si estamos con varios, es mejor guardarnos la mano hasta el final. Si tras los call hay muchos que se retiran, y nos quedamos solo con uno o dos rivales, podemos ser algo más agresivos. Eso sí, tener una buena mano tampoco te asegura, desde el principio, que debas hacer un all-in. De hecho, a veces es mejor hacerlo incluso con una pareja alta o un trío, en el turn y el river, que ir con todo desde el flop con dos ases, por ejemplo.
Hay muchos condicionantes que debemos tener en cuenta a la hora de lanzar esta jugada, porque todo lo que hacemos o dejamos de hacer habla de nosotros como jugadores. Si estamos constantemente lanzando faroles, cuando tengamos un all-in de verdad podemos llevarnos la partida, gracias a lo que hemos generado previamente en nuestros rivales. Es recomendable no abusar de esta jugada, a no ser que tengamos mucho más que ganar de lo que podamos perder.
Con un arma tan poderosa, es imprescindible saber cuándo utilizarla y cuándo no. De hecho, muchos jugadores profesionales no suelen hacer all-in casi nunca, a no ser que lleven una mano tremendamente buena, o que estén seguros de que les están haciendo un farol. Ahí está la magia de esta jugada, que puede ser demoledora siempre y cuando sepamos cómo utilizarla. El póker es un juego de estrategia, y dejarse llevar por las corazonadas o las emociones nos puede salir muy caro.
Por eso yo siempre aconsejo a los jugadores, sean principiantes o veteranos, que estudien muy bien cada jugada que vayan a hacer. Y especialmente si se van a lanzar con un all-in, aunque tengan muy buena mano. El riesgo que se corre es máximo, así que hay que saber calibrar muy bien nuestras opciones. Cuando hay dinero de por medio, además, este tipo de jugadas deben meditarse mucho más. La responsabilidad es indispensable no solo para llegar lejos en este juego, sino sencillamente para disfrutar de él.
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